El estado de Guerrero tiene el mayor número de civiles armados en el país mexicano, con 23 grupos de autodefensas.
11/02/2020 12:45
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Ayahualtempa, es un pueblo de unos 600 habitantes ubicado en la zona de la Sierra Madre del Sur en Guerrero, que ha suscitado gran atención internacional desde fines de enero de este año cuando comenzaron a verse imágenes y videos de niños de 6 hasta los 17 años portando rifles, escopetas y palos en medio de maniobras de entrenamiento.
Aunque los expertos advierten que no es la primera vez que eso sucede en la región, célebre a nivel mundial por ser uno de los epicentros de la producción de amapola y el procesamiento de heroína, en esta ocasión se ve como una respuesta de esos pueblos, con una población mayoritaria de indígenas nahuas, se arman ante la ausencia de eficientes políticas de seguridad por parte del Estado mexicano.
Luis un adolescente de 12 años dice que decidió entrenar porque su comunidad necesita seguridad. “Quieren entrar a nuestro territorio y tenemos que cuidarlo con la policía comunitaria”, explica mientras recoge mazorcas en un sembradío. Aunque ya no aprende matemáticas y ciencias, sus materias preferidas, afirma que ahora finaliza muchas de sus tardes adquiriendo destrezas como posiciones de tiro, maniobras contra carros blindados, cómo rescatar a un compañero y diversas estrategias de ataque contra los delincuentes. Cuando le preguntan si le gusta jugar Call of Duty, el videojuego de disparos en primera persona de la camiseta que lleva puesta, se ríe nerviosamente y dice que no sabe qué es eso. “Esto me lo regalaron”, comenta con nervios. En su caso las armas no son un juego, sino la cruda realidad de todos los días.
Al menos una veintena de jóvenes participan en los entrenamientos de la policía que pertenece a la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias. Gerardo, el hermano mayor de Luis que tiene 17 años, incluso dirige algunas de las prácticas más intensas que regularmente se realizan los lunes, miércoles y viernes. Luego de alzar un enorme bulto de maíz, tomó un descanso y explica que, aunque ya terminó la secundaria, no puede estudiar porque su escuela queda en Hueycantenango, una población cercana que se encuentra dominada por “Los ardillos”, un grupo vinculado al crimen organizado.
“Entré a la policía para apoyar a mi pueblo y cuidar a mi familia. No quiero que les pase algo a mi mamá, mi papá y mis hermanos”, asegura mientras cuenta que, junto con otros jóvenes y miembros de la policía, se encarga de patrullar las calles de Ayahualtempa.
Luis y Gerardo trabajaron hasta las 5 de la tarde recogiendo maíz. Poco después corrían con otros niños por las calles de tierra, levantando nubes de polvo mientras se arremolinaban en la cancha de baloncesto del pueblo. En vez de driblar y lanzar tiros a la canasta, estaban ataviados con camisetas verdes de la policía comunitaria y cubrían sus rostros con pañoletas y gorras.
Era una milicia diminuta a la que le quedaban grandes los uniformes y que usaban sandalias trenzadas, unos aspirantes a policías que lucían flacos y desgarbados. Casi a las seis, Gerardo comenzó a dirigir la práctica. Daba órdenes con voz estentórea y los pequeños le hacían caso, al pie de la letra. Practicaron un orden cerrado con posiciones de tiro de pie, semiarrodillados y acostados en el piso. Una y otra vez repitieron diversas secuencias durante casi media hora.
Los mayores de 12 años tenían rifles calibre 22, los más jóvenes cargaban las escopetas de juguete que hicieron con madera y cintas adhesivas. Cuando, al final de la última instrucción escucharon el grito de “¡en descanso, ya!”, se sentaron en las gradas a reírse y hablaban animadamente.
Poco después comenzó a caer la noche y mientras algunos niños volvían a sus casas, otros decían que les tocaba patrullar. “Siempre salimos a resguardar las afueras del pueblo, eso es lo que nos toca”, decía Gerardo.
El auge de la violencia en esa región se presenta luego de que México finalizara 2019 con un récord de 34,579 asesinatos. Es decir, unos cuatro homicidios por hora, con lo que supera todas las estadísticas de las últimas dos décadas. Sin embargo, durante su conferencia matutina del 31 de enero el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador definió la situación de los niños armados como “un acto prepotente”, y aseguró que con esas actitudes no se consigue nada. “Hacen ruido en las redes sociales, vergüenza les debería de dar hacer eso, no se les va a aplaudir por eso”.
Basados en datos oficiales, la Red por los Derechos de la Infancia en México, una asociación civil que se encarga de defender los derechos de la infancia en el país, afirma que el 51% de los niños mexicanos unos 21 millones viven en la pobreza. De esa cifra 4,7 millones viven en pobreza extrema. Ocho de cada 10 niños en esas condiciones pertenecen a comunidades indígenas como la ciudad de Ayahualtempa.
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