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El Gran Chaco: La segunda selva más grande de Sudamérica está siendo destruida

28/06/2021 13:33

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Aunque las alarmas y campañas internacionales se suelen centrar en la Amazonía, la deforestación en el Gran Chaco, que comparten la Argentina (60%), Paraguay (23%), Bolivia (13%) y Brasil (4%), está creando una tragedia ambiental.

Las campañas internacionales contra la deforestación se han centrado históricamente en los bosques húmedos. Biomas como los de la Amazonía o Indonesia, donde se producen grandes cantidades de commodities para la cadena agroindustrial global, han recibido así un foco constante de atención. Pero esta narrativa dejó de lado lo que viene ocurriendo desde hace más de tres décadas en los bosques secos.

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Por la transformación profunda que experimentaron gracias al paquete tecnológico de la soja genéticamente modificada y la expansión de la ganadería, el Gran Chaco Americano y el Cerrado brasileño, entre otros ecosistemas vitales, han sido diezmados, generando emisiones de carbono (causantes del cambio climático) comparables a las de los sistemas tropicales.

Esto también impactó, claro está, en la composición física de la atmósfera y en el aumento de la temperatura planetaria, más allá de que se le haya prestado o no la suficiente atención.

El Gran Chaco, subestimado

El caso del Gran Chaco, que comparten la Argentina (60%), Paraguay (23%), Bolivia (13%) y Brasil (4%), es emblemático. No solo se han subestimado las emisiones históricas, también se ha errado en la valoración de cuánto carbono queda almacenado en la biomasa que sigue en pie. Esto, por supuesto, vuelve todavía más relevante las necesidades de conservación de un sistema que tiene apenas un área ínfima de protección en El Impenetrable argentino, donde se logró la creación del Parque Nacional del mismo nombre en parte de lo que era la estancia La Fidelidad.

El resto de El Impenetrable, una región tan maravillosa como misteriosa, de enorme biodiversidad, es la nueva frontera caliente de la deforestación en la Argentina. Y tiene a todas las organizaciones de la sociedad civil en la provincia del Chaco en pie de guerra contra su gobernador, Jorge Capitanich.

Según estudios realizados por investigadores argentinos y alemanes usando una combinación de mediciones en el terreno y de monitoreo satelital, el carbono almacenado en la ecorregión es 19 veces superior al que se pensaba, un valor que no deja de sorprender a los propios científicos.

“Sólo para el Gran Chaco seco, hay unas 4.65Gt de carbono almacenados en la vegetación. Esto es una cantidad de carbono muy considerable. Es lógico pensar que no todo va a ser emitido. Pero demostramos, en término de las cantidades de emisiones que están yendo a la atmósfera, que las del Gran Chaco son comparables a las de lugares como la Amazonía o Indonesia. Y esos son los sitios que se relacionan con las grandes discusiones sobre el cambio climático”, indica Tobias Kuemmerle, del programa de Uso de la Tierra del departamento de Geografía de la Universidad de Humboldt en Berlín (Alemania).

El Gran Chaco es el sistema boscoso continuo más grande y biodiverso de América del Sur, detrás de la Amazonía. Su destrucción ha sido particularmente brutal en la Argentina, donde ha perdido más de 8 millones de hectáreas en las últimas tres décadas, y en Paraguay, donde se han desmontado grandes áreas para la ganadería. Bolivia, por su parte, cuenta con más áreas protegidas, aunque los dramáticos incendios forestales de los últimos años demuestran su fragilidad.

¿Integración o desintegración?

En total, desde 1985, se han deforestado 14 millones de hectáreas del Gran Chaco. ¿Con qué objetivo? La integración de estos países al ciclo de commodities global, ya sea para granos enteros o procesados en forma de harina o aceite, carne o cuero. Todo tiene una demanda que parece no tener techo en mercados que están en Europa, China, India y otros países asiáticos.

El desmonte del Gran Chaco —y, por caso, el del Cerrado— no se hizo para posibilitar una agricultura o ganadería de subsistencia, como había ocurrido históricamente. Por el contrario, este obedeció a la entrada del capital organizado, a partir de que se resolvieron problemas tecnológicos para realizar la producción agropecuaria en bosques más abiertos, secos y estacionales.

“Los actores que intervienen en la mayoría de las veces son empresas con capacidad de inversión que, cuando deforestan, hacen un evento de limpieza total y pasan, en dos o tres años, por todo un camino de la ganadería a la agricultura y, a veces, a la agricultura directo”, afirma Ignacio Gasparri, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Conicet) de la Universidad Nacional de Tucumán.

Esta lógica de uso de capital intensivo se tradujo en un avance muy rápido y sostenido de la frontera agrícola. Así, en muy poco tiempo, se produjo una enorme cantidad de emisiones desde lugares que, se suponían, no tenían que liberar tanto carbono hacia la atmósfera.

“En muchos lugares del Chaco argentino, hay un sistema de arrendamientos de tierras. No es la gente que es dueña de la tierra la que controla los campos, sino alguien que la alquila. No hay ninguna motivación para hacer las cosas bien. Estoy aquí por 10 años, le arranco cada gota a este campo y después me voy a otro lugar. Todo esto contribuye a una dinámica tremenda”, añade Kuemmerle. Y completa: “Una de las tragedias del Chaco es que, probablemente, la agricultura no tenga un buen futuro, sino que sólo se pueda hacer por una cantidad determinada de tiempo y luego todo quede destruido”.

 

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