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Trillizos separados al nacer para macabro experimento se conocen 19 años después

24/06/2021 15:46

Trillizos separados al nacer para macabro experimento se conocen 19 años después

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Cuando en 1980 Bobby Shafran llegó por primera vez al campus de la universidad pública de Sullivan, en Nueva York, se dio cuenta enseguida de que algo raro pasaba. Tenía 19 años y nunca había sido un chico popular, así que estaba nervioso. Sin embargo, todos lo saludaban como si lo conocieran. Algunas chicas, incluso, lo besaban efusivamente. Otros repetían: “Bienvenido, Eddy, ¿qué tal tus vacaciones?”.

Para cuando encontró su cuarto, la confusión era total. Entonces, un chico golpeó la puerta y le hizo las dos preguntas que definirían el resto de su destino: “¿Sos adoptado? ¿Tu cumpleaños es el 12 de julio...? ¡Tenés un hermano gemelo!”. Unos minutos más tarde, estaban llamando a Eddy Galland –que había cursado y abandonado en la misma facultad el año anterior–, desde una cabina telefónica, y de ahí, sin escalas, a toda velocidad en el auto de Bobby para acortar los 200 kilómetros que lo encontrarían por fin con el hermano del que había estado separado toda su vida.

“En el camino nos paró la policía. ‘Será mejor que tengas una muy buena razón para manejar así’, me dijo el oficial. ‘Bueno’, dije, ‘no me lo va a creer…’”, recuerda Robert Shafran, hoy de 59 años. Así comienza el aclamado documental Three identical Strangers (Tres extraños idénticos), de Tim Wardle, que debutó en Sundance en 2018 con un Premio Especial del Jurado –y un público conmovido, que lloraba en las salas y abrazaba a los protagonistas–, y que Netflix estrenará este lunes.

Conocerse cambió todo por completo, dice Shafran. “Sus ojos eran mis ojos, los míos eran los suyos”. Era, dicen los testigos, como si el mundo hubiera desaparecido para ellos, como si se estuvieran viendo en el espejo. Pero su historia, que publicaron todos los medios locales, estaba a punto de pasar de sorprendente a absolutamente extraordinaria.

En un suburbio de Nueva York, David Kellman se enteró por su mejor amigo: su abuela había visto la foto de dos chicos separados al nacer que se habían reencontrado de casualidad en la universidad de Sullivan, eran iguales a él. Cuando volvió a su casa, su madre lo esperaba con la nota en la mano. Llamaron en ese mismo momento al diario y consiguieron el teléfono de Eddy. “Hola –dijo–. Me llamo David, nací el 12 de julio de 1961 y creo que hay otros dos como yo”.

Bobby Shafran, Eddy Galland y David Kellman habían sido dados en adopción a tres familias distintas por la agencia Louise Wise Services, la más prestigiosa entre la colectividad judía neoyorquina. Solo los padres adoptivos de los trillizos cuestionaron lo que había ocurrido en medio de la alegría del reencuentro; nadie nunca les había dicho que sus hijos tenían hermanos. Cuando exigieron respuestas a la agencia, les dijeron que los bebés habían sido separados por su bien, ya que consideraron que era demasiado difícil que alguien quisiera adoptarlos a todos.

Y entonces cualquier reproche quedó opacado por el milagro de ver a los tres juntos. La primera vez que se encontraron eran “como cachorritos jugando”. Se movían igual, comparaban gestos y gustos para descubrirse asombrosamente parecidos: fumaban Marlboro, amaban la lucha libre y la comida china, les atraían las chicas un poco más grandes, cruzaban las piernas de la misma manera, hasta tenían, cada uno, una hermana adoptiva de la misma edad, 20 años. Las coincidencias no paraban de sucederse. “Todo era nuevo, todo era celebración. Nos sentíamos como niños, porque no habíamos tenido una infancia juntos”, dice David.

Y entonces, esos tres chicos idénticos que al mismo tiempo habían crecido como extraños, se convirtieron en el fenómeno del momento. Aparecieron en las tapas de las revistas Time y People, en las de todos los diarios del mundo y en los programas de televisión más vistos de la época vestidos iguales y contestando a la par. “Vimos en que éramos iguales, y lo enfatizamos. Queríamos ser iguales, como si nos enamoráramos de nosotros mismos”, reflexiona Bobby.

El vínculo era tan fuerte y tan rápido que desafiaba la enorme disparidad de contextos en los que habían crecido. Los Shafran eran una familia acomodada: el padre de Bobby era médico y su madre, abogada. Los Galland vivían en un vecindario de clase media: el padre de Eddy era un maestro estricto y la madre, un ama de casa tradicional. Los Kellman era una familia obrera de inmigrantes. En casa de David el inglés era la segunda lengua, pero su padre era un hombre tan bueno y contenedor, que ese hogar pobre fue el lugar elegido por los trillizos para pasar la mayor parte del tiempo hasta que decidieron mudarse juntos a un departamento en el Soho.

Comenzaban los años ochenta y los hermanos eran felices. De pronto se habían vuelto populares y eso les abría las puertas de la noche, el sexo, las drogas y el rock. Se volvieron habitués de Studio 54 y hasta hicieron un cameo casual con Madonna en Buscando desesperadamente a Susan (1985). Creían que estaban destinados a ser famosos. Abrieron, también en el Soho, su propio restaurante, al que por supuesto llamaron “Triplets”, que atrajo a cientos de turistas y facturó un millón de dólares en el primer año.

También emprendieron juntos la misión de dar con su madre biológica. Cuando la conocieron, en un bar, se encontraron con un pasado triste: los había tenido cuando era muy chica y parecía tener problemas con el alcohol. Ninguno le dio mayor trascendencia, después de todo, cada uno tenía su propia familia. Pero aquella era la punta del ovillo del drama que estaba a punto de desatarse. Faltaba poco para que supieran que habían sido víctimas del más cruel de los engaños imaginables.

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