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Katalin Kariko, la científica húngara que hizo posible las vacunas anticovid

Desde hace unas semanas, la bioquímica se ha convertido en el rostro del ARN mensajero, tecnología que ha permitido desarrollar la vacuna de Pfizer y BioNTech.

28/12/2020 9:55

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Tras dejar su Hungría natal en los ochenta, la investigadora, migrante y a menudo desprestigiada, es en sí una historia de lucha y reivindicación en la comunidad científica. Aún teniéndolo todo en contra, persistió en su pasión en Estados Unidos. Esta es su trayectoria.

Tras dejar su Hungría natal en los ochenta, la investigadora, migrante y a menudo desprestigiada, es en sí una historia de lucha y reivindicación en la comunidad científica. Aún teniéndolo todo en contra, persistió en su pasión en Estados Unidos. Esta es su trayectoria.

"¡Redención! Empecé a respirar muy fuerte. Estaba tan emocionada que sentí gran miedo a morir". Con estas palabras fue que Katalin Kariko explicó a The Telegraph su reacción ante el anuncio de los resultados de la eficacia de la vacuna contra el Covid-19 impulsada por las farmacéuticas Pfizer y BioNTech.

Después de casi cuarenta años de esfuerzos, sus investigaciones sobre el ácido 'ARN mensajero', usado para llevar a término las vacunas, por fin fueron validadas, permitiendo así luchar contra la actual pandemia: "Jamás llegué a imaginar que se pondría tanta atención a esta tecnología. No estaba preparada para ser el centro de atención".

Y es que en cuestión de semanas esta investigadora húngara, desconocida para el gran público, y hoy instalada en Pensilvania, se ha convertido en una celebridad en el mundo científico. Cuando, en realidad, la trayectoria de Kariko viene de lejos.

Nacida hace 65 años en la urbe de Szolnok, en el centro del país y en plena época comunista, dio su primer estirón en Kisújszállás, lugar en el que su padre trabajaba como carnicero. Apasionada de las ciencias, comenzó a dar sus primeros pasos en ellas a los 23 años en el Centro de Investigaciones Biológicas de la Universidad de Szeged, en la que además logró su doctorado. Es en ese instante que empezó a interesarse por el ácido ribonucleico, unas moléculas que entregan a las células una especie de manual de empleo, con la forma de código genético, con tal de que puedan producir proteínas a nuestro cuerpo.

Si bien, en los laboratorios húngaros los recursos no eran abundantes. Y a los 30, como especifica la página Hungarian Spectrum, Katalin Kariko provocó su despido del centro, con miras de llegar al otro lado del Atlántico. Es de este modo que en 1985 se hizo con un puesto en la Universidad de Temple de Philadelphia. Eso sí, bajo la Unión Soviética estaba prohibido salir del país con divisas. Sin embargo, la científica decidió vender el auto familiar y esconder el dinero en el osito de peluche de su hija Susan Francia, de dos años. "Iba a ser un viaje de ida. No conocíamos a nadie", recordó ante Business Insider.

La obsesión de la científica por investigar el ARNm le costó una vez un puesto en la facultad de la Universidad de Pensilvania, que descartó la idea como un callejón sin salida; no obstante, su investigación podría ser lo que ahora salve al mundo azotado por la pandemia.

 "Esto es simplemente increíble", dijo Kariko en una entrevista desde su casa en Filadelfia.

La científica comentó que no estaba acostumbrada a la atención después de trabajar durante años en la oscuridad, pero para ella esto demuestra por qué "es importante que la ciencia deba apoyarse en muchos niveles".

Kariko, de 65 años, pasó gran parte de la década de 1990 escribiendo solicitudes de subvención para financiar sus investigaciones sobre el "ácido ribonucleico mensajero", moléculas genéticas que le dicen a las células qué proteínas producir, esenciales para mantener nuestros cuerpos vivos y saludables.

Ella siempre creyó que el ARNm era la clave para tratar enfermedades en las que tener más proteínas del tipo correcto puede ayudar, como en la reparación del cerebro después de un accidente cerebrovascular.

Pero la Universidad de Pensilvania, donde Kariko estaba en camino de obtener una cátedra, decidió desvincularse del proyecto después de que se acumularan los rechazos de subvenciones.

"Estaba lista para un ascenso, y luego me degradaron y esperaban que saliera por la puerta", dijo Kariko.

Kariko aún no tenía una tarjeta verde para permanecer legalmente en el mercado laboral y necesitaba un trabajo para renovar su visado, además de que no podría enviar a su hija a la universidad sin el considerable descuento para el personal del centro.

Por ello, decidió persistir como investigadora de nivel inferior, arreglándoselas con un salario exiguo, lo que consideró un punto bajo en su vida y carrera.

 "Sin embargo, pensé...  ya sabes, la mesa (del laboratorio) está aquí, solo tengo que hacer mejores experimentos. Hay que pensar bien y después tienes que decir '¿Qué puedo hacer?' Así no desperdicias tu vida", contó.

Esa determinación es sello de su familia y filosofía para lidiar con la adversidad en todos los aspectos de la vida, pues logró que su hija Susan Francia acudiera a la Universidad de Pensilvania, donde obtuvo una maestría y ganó medallas de oro con el equipo olímpico de remo de Estados Unidos en 2008 y 2012.


Investigación del ARNm y su uso en vacunas contra el coronavirus

Dentro del cuerpo, el ARNm entrega a las células las instrucciones almacenadas en el ADN, las moléculas que transportan todo nuestro código genético.

A fines de la década de 1980, gran parte de la comunidad científica se centró en el uso de ADN para administrar terapia génica, pero Kariko creía que el ARNm también era prometedor, ya que la mayoría de las enfermedades no son hereditarias y no necesitan soluciones que alteren permanentemente nuestra genética.

Sin embargo, primero tuvo que superar un problema importante, ya que en los experimentos con animales el ARNm sintético causaba una respuesta inflamatoria masiva, cuando el sistema inmunológico detectaba un elemento invasor y se apresuraba a combatirlo.

Kariko, junto con su colaborador principal Drew Weissman, uno de los investigadores para la vacuna contra el VIH. Descubrieron que uno de los cuatro bloques de construcción del ARNm sintético estaba fallando, y pudieron superar el problema intercambiándolo por una versión modificada.

Luego de ello publicaron un artículo sobre el avance en 2005. Ya en 2015, encontraron una nueva forma de administrar ARNm a ratones, utilizando una capa grasa llamada "nanopartículas lipídicas" que evitan que el ARNm se degrade y ayudan a colocarlo dentro de la parte correcta de las células.

Esas dos innovaciones fueron claves para las vacunas contra el covid-19 desarrolladas por Pfizer y su socio alemán BioNTech, donde Kariko es ahora vicepresidenta senior, así como para las inyecciones producidas por Moderna.

Ambas funcionan dando a las células humanas las instrucciones para producir una proteína de superficie del coronavirus, que simula una infección y entrena al sistema inmunológico para cuando se encuentre con el virus real.

Por su gran labor y su aplicación, tanto Kariko como Weissman apuntan al premio Nobel. Después de tantos años en los márgenes de la ciencia, la investigadora y migrante de Hungría ocupa de forma merecida un cargo de importancia en el seno del laboratorio alemán BioNTech.

Tras la aprobación de la vacuna, Katalin Kariko se permitió un respiro devorando un paquete de sus caramelos favoritos. Aún cuando saborea este éxito, sabe que no puede sacar el cotillón y el champán, como lo dijo a CNN: "Festejaremos todo esto cuando los sufrimientos humanos queden atrás, cuando los retos y el mismo periodo terrible que vivimos tengan fin. Esto ocurrirá, espero, este verano, cuando hayamos olvidado el virus y la vacuna. Entonces lo celebraré verdaderamente".

 

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