Sin saber cazar ni hablar, Marcos sobrevivió como pudo.
21/07/2025 14:22
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Durante más de doce años, el único idioma que habló Marcos Rodríguez Pantoja fueron los aullidos. Aprendió a caminar a cuatro patas, a cazar sin armas y a sobrevivir en el corazón de la sierra, no por elección, sino por abandono. Su historia parece sacada de una novela, pero es real. Nació en Añora, un pequeño pueblo de Córdoba (España), y su vida cambió para siempre cuando, siendo apenas un niño, fue entregado como si fuera una mercancía.
Tras la muerte de su madre, su infancia fue marcada por el maltrato de su madrastra, quien lo obligaba a dormir a la intemperie. A los cinco años, su padre lo cambió por una choza y un caballo. Desde entonces, comenzó un camino de soledad que lo llevó, con apenas siete años, a vivir completamente aislado en las montañas, tras la muerte del guardacabras con quien lo habían dejado.
Sin saber cazar ni hablar, Marcos sobrevivió como pudo, comía raíces, frutas silvestres y, en una ocasión, casi muere tras ingerir carne en descomposición. Pero su vida dio un giro inesperado cuando encontró una lobera con dos cachorros. Empezó a jugar con ellos y, con el tiempo, la manada lo aceptó. “La madre loba me lamió la cara. Me quitó la carne que le robé a un lobito, se la devolvió, pero luego fue a por más y me la dio a mí”, recuerda aún con emoción.
Vivía como un lobo más: dormía cerca de ellos, aullaba, caminaba a cuatro patas y aprendió a prender fuego tras ver la chispa que provocó una piedra al chocar con otra. Fue su mundo durante más de una década, hasta que en 1965, unos hombres lo vieron en la sierra y dieron parte a la Guardia Civil. Lo atraparon con un lazo. “Mordí a uno. Pensaban que iba a llamar a los lobos, así que me taparon la boca”, relata.
Lo llevaron ante su padre, pero Marcos no lo reconoció. No comprendía las palabras. “Me decían: ‘Este es tu padre’, y yo solo repetía: ‘Este es tu padre’. Cuando me tocó, le mordí”. Su reencuentro con la civilización fue traumático. Fue internado en un convento de Madrid, donde comenzó su largo y solitario proceso de reinserción. “La ropa me molestaba. Me la quitaba y andaba desnudo por el convento”, recuerda.
El regreso a la sociedad no fue amable. Sufrió engaños, rechazo y una constante sensación de no pertenecer. “El cariño no depende de la sangre, sino del trato. A veces se quiere más a un animal que a una persona”, afirma con una voz que mezcla resignación y verdad.
Hoy, Marcos tiene 79 años y vive solo en una humilde casa en San Cibrao das Viñas (Galicia). Subsiste con una pensión escasa y un sentimiento constante de abandono por parte de las instituciones. A pesar de todo, mantiene una conexión profunda con la naturaleza, ese refugio que lo acogió cuando los humanos lo rechazaron.
Su historia fue retratada en el documental “Marcos, el lobo solitario” (2013), donde revive los momentos más intensos de su infancia salvaje. Pero más allá del asombro que genera su vida entre lobos, lo que conmueve es su presente: un hombre marcado por la soledad, que alguna vez encontró más amor en una manada que en la humanidad.
“Yo habría preferido quedarme en el monte. Aquella era mi vida. La auténtica”, dice sin dudar. Una frase que encierra el drama de quien fue salvaje por necesidad y olvidado por la civilización.
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