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¿Dónde está el veinte por ciento?

23/11/2023 18:39

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Me siento a escribir este artículo con una profunda sensación de desesperación, algo que solo había experimentado el 2019 con la quema de nuestros bosques y que ahora mirando desde mi ventana el color grisáceo del supuesto cielo más puro de América me asalta de nuevo, una mezcla de miedo y tristeza. Sé, sin embargo, porque lo he hablado con muchos amigos, que no estoy sola en este sentimiento y que para aquellos que nos hemos abierto a verdaderamente conectar con el daño que le hacemos a la naturaleza, la situación nos resulta paralizante y dolorosa.

El otro día alguien me recordó un libro que leí hace varios años del historiador Yuval Noah Harari titulado 21 lecciones para el siglo 21. Harari nos presenta la idea de que a medida que la Inteligencia Artificial se desarrolla y el poder se centraliza en aquellos que poseen la mayor cantidad de información, el mundo se dividirá esencialmente en dos enormes clases sociales: el ochenta por ciento siendo una clase dominada y tan solo el 20 por ciento la clase dominante. Viviendo en un país como el nuestro, donde cada vez más vemos los derechos y deseos de la mayor parte de la ciudadanía vejados por la codicia de unos cuantos, no me cabe duda de que ese es el trayecto que el mundo está tomando. Entonces, con tantas malas noticias e imágenes terribles, ¿qué se necesita para que el trayecto de nuestro país cambie radicalmente?

Esta división 20-80 de las clases sociales propuesta por Harari me recordó uno de los conceptos base que encontré mientras estudiaba economía, el principio de Pareto o la regla del 80/20, una ley universal que nos indica que el veinte por ciento de los inputs genera el 80 por ciento de los outputs. Lo curioso es que este concepto aplica también para fenómenos naturales que escapan por completo de nuestro control. Atribuida a un italiano en el siglo 19, Federico Damaso Pareto, quien se dio cuenta que el 20 por ciento de sus plantines daban el ochenta por ciento de los frutos. Una regla que él además se percató podía replicarse a las empresas, de las cuales solamente el veinte por ciento generaba la producción en un ochenta por ciento.

¿Por qué vale la pena mencionarlo? Porque en esta era de ansiedad colectiva como le denomina una de mis escritoras favoritas, Elif Shafak, esta regla me trae profunda esperanza. Es la idea de que las acciones positivas de unos pocos pueden generar cambios significativos. ¿Si tan solo el 20 por ciento de nuestras empresas fueran empresas que apoyan una economía circular, realmente nos tomaría tanto tiempo llegar a una economía circular en su totalidad? Si tan solo unos cuantos supermercados implementaran los procesos de retorno de botellas como en países europeos tales como Alemania, ¿no se sumarían otros a esta práctica que puede llegar a ser rentable y sostenible? Si más empresas invirtieran en jardines en sus tejados como algunos en el área metropolitana de Manhattan, vieran sus costos de luz caer y la temperatura interna de sus edificios regularse ¿tomaría mucho tiempo que otras empresas se sumaran a esta iniciativa?

Las epidemias existen y no solo las de salud sino también las denominadas epidemias sociales. Este es un concepto que lo explora el periodista Malcolm Gladwell en su libro “El punto clave”, donde analiza distintas tendencias sociales que se han propagado como un virus, como fue el raro e improbable éxito de los zapatos Hush Puppies o el repentino declive en la criminalidad en la ciudad de Nueva York en los años 90. Por alguna razón su análisis me recuerda mucho a la regla de Pareto, porque a través de los ejemplos que él investiga un común denominador sobresale: a veces son las cosas más simples y a simple vista insignificantes, las que acaban generando cambios trascendentales.

¿Se puede generar una epidemia de sostenibilidad y consciencia social en nuestro país?

Todo apunta a que sí, y que, si aún no se ha dado, no es porque necesitemos alcanzar el cien por ciento, sino porque no hemos alcanzado ese veinte por ciento, ese punto clave. Ya es tiempo de preguntarnos cómo podemos cambiar esa relación en favor de aquello que más necesitamos preservar: la naturaleza. Yo todavía me arriesgo a creer en el 20 por ciento.

 

 

 

 

 

 

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