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Descartes, el filósofo, dijo que cada cosa tiene una verdad única, una verdad absoluta que, sin embargo, resulta inalcanzable. Frente a semejante pensamiento, ¿qué podría decir alguien tan común como yo? Lo cierto es que sí, me atrevo a hablar de verdades, aunque sean parciales. Y esta es la mía: siempre estamos en movimiento, y los tiempos nos transforman. Puede que alguien refute esta idea apelando a la esencia, pero yo hablo exclusivamente del tiempo y de lo que hace en nosotros.
¿Y por qué hablar del tiempo? Porque todo lo que sentimos (especialmente el amor) está atravesado por él. No solo vivimos en un tiempo determinado, también lo habitamos emocionalmente. Así que ahora sí: entro en materia.
Vivimos en la era de la inmediatez. (Sí, ya todos lo sabemos). Hoy, queremos todo al instante. Tomamos una foto y, en segundos, ya la estamos editando para subirla a Instagram. Queremos respuestas rápidas, entregas veloces, resultados inmediatos. Y en medio de esta vorágine, también queremos que las emociones funcionen igual: rápido, precisas, predecibles.
Antes, dicen, se vivía con más pausas. Se escribían cartas, se esperaban llamadas, se miraban los ojos en lugar de las pantallas. Se daba espacio al misterio, al tiempo necesario para que algo se cocinara a fuego lento. Entonces, uno se pregunta: ¿qué tiene de malo querer todo para ayer? Quizás nada. Quizás solo sea una forma diferente de habitar el tiempo. Pero cuando hablamos de sentimientos, de vínculos, de palabras que pesan, ¿cuánto tiempo es demasiado rápido?
Me viene a la mente una historia cercana: una amiga empezó a salir con alguien y, al mes, él le dijo “te amo”. Fue un momento que la descolocó. No porque no le gustara el gesto, sino porque se sintió atropellada por la velocidad. ¿Era demasiado pronto? ¿Ella debía sentir lo mismo? ¿Debería responder con la misma frase, aunque todavía no lo sintiera?
Entonces surgen las preguntas:
¿Existe un momento indicado para decir “te amo”?
¿Es una cuestión de calendario o de conexión?
¿Debería decirlo primero él, o ella?
¿Y si lo dice uno y el otro aún no lo siente?
También hay una mirada de género que se cuela en esta reflexión. A veces, sin querer, pensamos que él “debe” decirlo primero, como si fuera parte de su rol activo y conquistador. Pero, ¿no es eso una carga injusta? ¿No será una visión machista disfrazada de romanticismo?
Quizás la única medida que importe no sea el tiempo, sino la verdad. No hay relojes universales para el amor. Lo importante no es quién lo dice primero ni cuándo, sino desde dónde se dice. Si viene del deseo de conectar, del vértigo de sentir, del impulso que no se puede contener, entonces es válido. Porque, al final, amar no es una carrera de velocidad ni de turnos. Es una experiencia de los sentidos, del cuerpo, de la mente y del corazón. Y cuando es sincero, siempre llega justo a tiempo.
Si este tema también te deja pensando, te invito a escuchar Intensas, un podcast donde las protagonistas abordan el amor, el deseo, la espera y muchas otras emociones sin filtros ni fórmulas. Cada episodio es una mirada distinta, tan única como el tiempo en que nos atraviesan las cosas que sentimos.
https://www.instagram.com/reel/DKDIjuGsIU7/?igsh=c3RmdDVtNXQ1cXow
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