Llevo ya 61 años respirando los olores y colores que me regala Santa Cruz. Toda una vida enraizada en este maravilloso rincón oriental que ha cambiado tanto y tan rápido, que a penas nos ha dado tiempo para organizarnos y encarar de la mejor manera los desafíos que nos plantea este crecimiento vertiginoso. Soy de la generación de las calles de tierra, de una ciudad que terminaba en el primer anillo, de un departamento inmenso, lleno de misterios por desvelar, al que ya sentía relegado al olvido.
Muchas cosas han cambiado desde esos mis primeros años de vida. Santa Cruz ha pasado de ser cola, a cabeza de león. Bueno, al menos en la data cruda y dura, porque a pesar de su potencial económico -aporta al menos un tercio al PIB nacional- y su cada vez mayor peso político -casi un tercio del padrón electoral nacional-, Santa Cruz todavía no ha logrado revertir la mirada sesgada con la que le sigue viendo, sobre todo, el centro del poder político. En resumen: muchos cambios concretos, pero con poco impacto entre los que se alternan en el manejo del Estado.
Abundan los estudios e hipótesis sobre los motivos del sesgo en la mirada a Santa Cruz. Pero no voy a entrar en el detalle. Quiero más bien aprovechar lo que me resta de líneas para sugerir algunos retos urgentes que nos permitan vencer obstáculos -entre otros, el de esa mirada sesgada- y avanzar en la nueva ruta abierta en este nuevo Santa Cruz, la de vías anchas que no se limitan a las de las losetas o asfalto, sino que van más allá. Vías de un verdadero desarrollo sostenible, con inclusión social, basado en proyectos de vida, con enfoques modernos como el de gestión por resultados, medibles y efectivos.
Todo esto posible, a pesar de quienes ponen trabas desde el Estado, siempre y cuando se dé un giro radical en la institucionalidad cruceña, hoy debilitada y dispersa, y no solo por el artero hostigamiento del gobierno central de turno, sino también por graves carencias vistas en los actores locales. Entre otras, la ausencia de una visión de futuro, de líderes con visión de futuro, a la que se suma la notoria pérdida de valores, ideales y compromiso real con el interés colectivo. Tal vez en este punto sí hay un retroceso notorio y asustador, si comparamos con los liderazgos que sobresalieron en el Santa Cruz de calles de tierra.
Dar ese giro es posible, porque Santa Cruz ofrece más ventajas que dificultades. Posee en abundancia dos recursos que son fundamentales para mayor y mejor desarrollo: su gente, que se traduce en un extraordinario potencial en recursos humanos; y su riqueza natural, con una biodiversidad excepcional que ya la quisieran tener otras regiones o países. Solo falta poner en sintonía a las élites, a los liderazgos, a la llamada institucionalidad cruceña, con el anhelo de los cruceños. Anoto algunos de esos anhelos: calidad de vida, educación, inclusión y perspectiva de buen futuro. ¿Acaso es pedir mucho?
Cierro con un verso del Canto a la fraternidad y paz universales, de Raúl Otero Reiche:
Ha llegado el momento de vivir/ lejos de la mentira y la falacia/ sólo de realidades por venir;/ ya por siempre abolidos de la tierra,/ con su perversa, cruel aristocracia,/ los satánicos reyes de la guerra.
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