Tras ser rechazado en el Quindío, Gardeazábal dice que quiere ser sepultado en el panteón de San Pedro.
27/11/2019 17:44
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Gustavo Álvarez Gardeazábal dice haberse convertido en el primer hombre expulsado de un cementerio sin siquiera haber muerto. Irónico, irreverente, muy a su estilo, decidió organizar un acto tan insólito como la expulsión misma: este martes 26 de noviembre, brindando con ron y vino, inaugurará su propia tumba, que desde ahora lo está esperando con paciencia en el cementerio San Pedro de Medellín.
Esta historia, digna de la imaginación de un novelista como Gardeazábal, comenzó hace varios años. El escritor vallecaucano era amigo cercano de Braulio Botero, dueño del cementerio libre de Circasia, Quindío. Fundado en 1932, este se convirtió en el espacio para enterrar a quien lo dispusiera.
Los principios ideológicos o políticos del muerto no eran tenidos en cuenta. Allí cabían todos. Sin embargo, fue destruido durante La Violencia y luego restaurado en la década del 70. Gardeazábal, amigo de don Braulio, adquirió allí un lugar en donde reposar para la eternidad. Desde eso, hace más de 30 años, pusieron fotos del escritor con la leyenda: “Aquí descansará el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal”.
Sin embargo, el autor de El Titiritero se llevó una sorpresa amarga la última vez que estuvo en Circasia: “Me aterró que el busto de Braulio (muerto en 1994), que era de mármol, lo hubieran pintado de negro. Lo mismo pasó con las águilas y los símbolos: fueron pintados de negro. Además, todas las tumbas las pintaron iguales, dejándolas uniformes”, advierte Gardeazábal.
Como un presagio de lo que pasaría, el escritor recibió una carta concisa, breve, en la que la administración del cementerio le comunicaba que no era posible cumplir lo pactado con Braulio y que sus restos no podrían descansar en Circasia. Sorprendido por lo ocurrido, Gardeazábal contó la insólita historia en su columna del diario ADN.
El escritor aceptó de inmediato, entre otras cosas, porque cerca de donde está su tumba se encuentra la de otro grande de las letras del Valle del Cauca: Jorge Isaacs. Él e Isaacs, anota el mismo Gardeazábal, tienen varias cosas en común: ambos se opusieron de frente a la oligarquía de ese departamento y los dos consagraron una novela –Cóndores no entierran todos los días y María- que perdurará, quizás para siempre, en la literatura colombiana.
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