El pontífice estadounidense suele acudir a este 'refugio' en la tarde de los lunes para regresar al Vaticano en la noche del martes, pues las obligaciones del cargo mandan.
19/11/2025 11:05
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En los seis meses tras su elección, León XIV se ha buscado un refugio en el que descansar de la bulliciosa corte vaticana: Castel Gandolfo, antigua residencia estival de los papas y adonde acude una vez por semana para leer, jugar al tenis o relajarse nadando en su piscina.
Esta localidad romana, situada a las afueras de la capital italiana en el borde de un volcán extinto en el que se ha formado el lago Albano, cuenta con un gran palacio y varias villas y propiedades donde los papas y sus colaboradores tradicionalmente se refugiaban del tórrido verano en la ciudad.
Francisco prefirió no hacer uso de este patrimonio, convirtiendo el enorme Palacio Pontificio en un museo, pero su sucesor ha optado por recuperar esta costumbre, en verano y también el resto del año. Sin embargo, ya que el palacio principal está ocupado por turistas y visitantes, León XIV recurre a la cercana Villa Barberini, dotada de extensos jardines, rodeada por altos muros y con una comisaría de policía al lado que vela día y noche por su privacidad y seguridad.
Noche en Castel Gandolfo
El pontífice estadounidense suele acudir a este 'refugio' en la tarde de los lunes para regresar al Vaticano en la noche del martes, pues las obligaciones del cargo mandan. En esta villa puede pasear, descansar, leer y practicar alguno de sus deportes preferidos, como natación en la piscina construida en tiempos de Juan Pablo II, en los años ochenta.
Él mismo lo confesaba por primera vez la pasada noche ante un grupo de periodistas que se habían posicionado en la acera frente a su puerta durante horas, a pesar del frío y de la niebla que subía del lago, para abordarle con sus preguntas a su regreso a Roma. Porque responder a los micrófonos de la prensa en este momento de la semana parece que ya se ha convertido en otra insólita costumbre del nuevo pontífice.
'Mens santa in corpore sano'
"Hago un poco de deporte, también leo, trabajo, cada día recibo correspondencia y llamadas telefónicas por ciertas cuestiones quizá más importantes y recientes. También hago un poco de tenis y de piscina, claro", revelaba a las puertas de la villa, en todo momento acompañado por su secretario, el cura peruano Edgar Iván Rimaycuna.
"¿Es una necesidad?", le inquiría una reportera. "Bueno, creo que el ser humano, para cuidarse de verdad, debe hacer algo de actividad para el cuerpo y el alma, porque hace bien. A mi me ayuda mucho esta pausa en la semana", respondía, esbozado una sonrisa.
Su presencia en la villa también ha empezado a atraer cada martes a personas o curiosos que esperan verle o decirle algo y que exultan cuando el papa aparece en el balcón, vestido de blanco y entre la niebla, para saludarles con la mano desde las alturas.
A las 20.30 de la tarde se cumple la profecía -pues nunca se avisa si tiene intención de dejarse ver-: las puertas de la villa se abren y el papa sale con sus colaboradores, sin abrigo, aguantando sin inmutarse un frío y una humedad de pasmo.
El pontífice se enfrenta solo a las preguntas de los periodistas desde el otro lado de una valla que los delimita, sin eludir temas espinosos como el de los abusos en la iglesia o las políticas migratorias de Donald Trump en su propio país natal, Estados Unidos.
Una vez superado el frente de los micrófonos, el papa se detiene a charlar con los fieles que le esperaban, para después subirse a su coche y regresar al Vaticano. Una media hora de carretera.
Con su marcha, las luces del patio de la villa se apagan, los periodistas corren a lanzar sus noticias, los agentes de policía se recogen, permitiendo de nuevo un tráfico previamente cortado para permitir su salida, y las parejas, los curiosos y el mismo cura del pueblo vuelven a sus casas, al menos esta semana "bendecidos".
EFE
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