Escuchar esta nota
Hay lugares que no existen en los mapas, pero que conocen bien nuestros huesos. Lugares que no tienen rejas, pero en los que la puerta nunca se abre hacia afuera. Ahí es donde uno se sienta, se acostumbra, y deja que el tiempo pase con la misma lentitud de un reloj que ya no tiene pilas.
La zona de confort no es una zona. No tiene fronteras pintadas ni carteles de bienvenida, aunque si uno mira con cuidado, el aire ahí adentro tiene un peso distinto, como si cada inhalación fuera un hilo invisible que te amarra un poco más al suelo. Es más bien un agujero negro disfrazado de sillón mullido, que no te devora de golpe, sino que te arrulla con horarios conocidos, caras predecibles y esa tibieza que no quema, pero tampoco enciende.
Uno no se da cuenta de cuándo entra, porque no hay puertas, solo hábitos que se repiten hasta confundirse con la piel. Es jugar siempre en la posición más cómoda, donde el corazón late sin sobresaltos. Es el miedo a ser pez fuera del agua… o humano dentro de ella, sin recordar que también se puede respirar en otros modos.
Lo curioso es que la zona de confort no se siente como una cárcel, sino como un pacto tácito con uno mismo: yo no te empujo al vacío y vos no me obligás a crecer. El problema es que, mientras tanto, la vida allá afuera sigue. Y uno, desde el interior, la mira como se miran los trenes que ya se fueron, con una mezcla de alivio y duda.
Salir no es heroico ni cinematográfico: a veces es tan pequeño como decir sí a algo que da miedo o caminar en dirección contraria a la que los pies conocen de memoria. Y acá van algunos tips para empezar:
- Un paso a la vez: No hace falta saltar al vacío. Probá algo mínimo que te incomode hoy: un mensaje a alguien nuevo, un café distinto, cambiar tu camino habitual.
- Cambiá tu rutina: Hacé algo “desconocido” aunque sea pequeño, como tomar otra calle, escuchar un género musical diferente o cocinar algo nuevo.
- Aceptá el miedo: Reconocer que da miedo ya es un primer paso. No lo evites, solo respirá y avanzá igual.
- Rodeate de estímulos positivos: Personas que te animen, libros o podcasts que te inspiren. La incomodidad compartida duele menos y enseña más.
- Celebrá cada intento: Aunque solo hayas logrado un pequeño cambio, festejalo. Cada paso es luz en el agujero negro de la rutina.
Y si mañana, apenas abras los ojos, decidís mojarte los pies en una calle que nunca pisaste, hablar con alguien cuyo nombre no sabías ayer, o decir sí a algo que te incomoda, tal vez descubrás que la zona de confort no era un lugar, sino un espejismo. Que afuera, aunque duela un poco al principio, también hay aire para vos, y que cada paso nuevo es un poco menos incómodo de lo que imaginabas.
Si después de leer esto todavía sentís que tus pies pesan más que tus ganas, te invito a seguir conversando sobre esto (y sobre muchas otras incomodidades necesarias) en Intensas, un podcast donde nos animamos a salir de la zona de confort a fuerza de palabras, risas y verdades incómodas. Podés escucharlo acá:
https://www.tiktok.com/@intensasbo/video/7525169063627214136?_t=ZM-8yhy6XaXXOP&_r=1
Aviso Editorial de Red Uno - Los artículos que son publicados en nuestra sección Opinión dentro de reduno.com.bo, corresponden únicamente al criterio de sus autores y no son parte de la línea editorial de Red Uno.
Mira la programación en Red Uno Play
17:00
18:55
20:45
22:05
00:00
01:00
17:00
18:55
20:45
22:05
00:00
01:00