Las personas interactúan diariamente con chatbots y asistentes virtuales, en ese contexto, la delgada línea entre la herramienta funcional y la compañía emocional comienza a desaparecer.
02/09/2025 14:30
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La expansión de la inteligencia artificial (IA) en la vida cotidiana de las personas ha generado una dependencia habitual de esta tecnología, al punto de compartir información personal para recibir consejos de la IA. Ante este panorama surge la pregunta: ¿cuáles son los riesgos de que un sistema automatizado asuma el rol de confidente o consejero personal?
“Los jóvenes buscan en la IA una presencia constante que les ofrece contención emocional sin exigir reciprocidad. La interacción con estos sistemas permite experimentar cercanía y apoyo en momentos de soledad, pero también puede generar dependencia afectiva si no se acompaña de relaciones humanas reales”, explica Carmen Aguilera, docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
Las personas interactúan diariamente con chatbots y asistentes virtuales, en ese contexto, la delgada línea entre la herramienta funcional y la compañía emocional comienza a desaparecer. Uno de los principales peligros radica en la dependencia emocional. La IA, al ofrecer respuestas inmediatas, empáticas y estar disponible las 24 horas del día, puede convertirse en un refugio ante momentos de soledad, ansiedad o vulnerabilidad.
Por otro lado, esta dependencia puede obstaculizar el desarrollo de habilidades socioemocionales esenciales como la empatía, la gestión de conflictos o la tolerancia a la frustración. “Es importante que los jóvenes aprendan a equilibrar la interacción virtual con relaciones humanas reales para fortalecer su bienestar emocional”, añade Aguilera.
Además, existe un fenómeno psicológico: la ilusión de afecto. Aunque las inteligencias artificiales no tienen conciencia ni emociones, es posible que los usuarios proyecten en ellas sentimientos humanos, confundiendo la respuesta automática con una comprensión genuina.
“Hay una ilusión de afecto real, aunque las IA carecen de conciencia. Los jóvenes pueden proyectar emociones humanas en entes programados y confundir la respuesta automática con comprensión genuina. Este fenómeno exige que los usuarios desarrollen conciencia crítica sobre los límites de la interacción digital”, alerta Aguilera.
Otro aspecto crítico es la privacidad y seguridad de la información personal. Al confiar asuntos íntimos a una IA, los usuarios exponen datos sensibles que podrían ser utilizados con fines comerciales, manipulativos o incluso delictivos, dependiendo del manejo ético y la seguridad que ofrezcan las plataformas tecnológicas. La sensación de confianza que genera una interacción fluida y aparentemente comprensiva puede llevar a revelar información que no se compartiría con otra persona en circunstancias normales.
Las respuestas de los sistemas de IA están basadas en grandes volúmenes de datos que, inevitablemente, contienen sesgos y prejuicios. En lugar de ofrecer consejos neutrales o adaptados a la complejidad emocional de cada individuo, pueden replicar estereotipos o puntos de vista distorsionados, reforzando desinformación o interpretaciones simplistas de problemas humanos complejos.
Uno de los riesgos más delicados es la sustitución de la ayuda profesional por el uso de IA. Problemas de salud mental, crisis personales o decisiones vitales no deberían ser tratados por un sistema automatizado, sino por especialistas formados para abordar con sensibilidad y criterio cada situación.
“Todas las personas hemos atravesado, o lo estamos haciendo, por situaciones problemáticas o de crisis en algún momento de nuestra vida. Es necesario reconocer cuando un problema sale de nuestras manos e interfiere con nuestra vida y desenvolvimiento diario, llegando incluso a afectar nuestra salud física. Es en ese momento cuando podríamos necesitar de apoyo profesional para superar una situación, no así de una IA”, afirma Pamela Martínez, psicóloga del gabinete psicológico de Unifranz El Alto.
La especialista subraya que buscar ayuda no debe ser motivo de vergüenza: “No tengamos miedo ni pena de pedir ayuda. Así como nuestro cuerpo físico enferma, nuestra mente también puede adolecer. Reconocer cuándo una situación nos sobrepasa y buscar apoyo es un acto de valentía y de cuidado hacia uno mismo”.
La inteligencia artificial tiene un enorme potencial como herramienta de apoyo, pero su rol no debe confundirse con el de un confidente humano ni reemplazar la labor de los profesionales de la salud mental, la ética o el acompañamiento personal. El desafío no está en detener el avance tecnológico, sino en usarlo con responsabilidad, establecer límites claros y promover la conciencia crítica. Porque, al interactuar con la IA, no hay verdadera empatía ni comprensión de la complejidad humana, sino solo un algoritmo diseñado para simularla.
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