Le arrebataron a su hijo porque su expareja le tenía un 'odio ciego' tan grande que planeó una venganza cruel.
06/05/2025 15:06
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El 20 de agosto Tomás Dameno Santillán hubiese cumplido 19 años. Pero la crueldad interrumpió su vida una década atrás, cuando apenas tenía nueve. Fue víctima de una venganza brutal, planificada con frialdad, y motivada por el odio.
El 15 de noviembre de 2011, Tomás desapareció tras salir de la escuela. Ese día, sin saberlo, su madre Susana Santillán compartió con él el último desayuno. Le preparó leche chocolatada, como a él le gustaba. Tomás se puso su perfume, se abrazaron, se besaron, y se despidieron.
“Al mediodía me pidió que le preparara milanesas con puré”, recuerda Susana. El almuerzo quedó servido, pero Tomás nunca volvió. En el camino a casa, fue interceptado por Adalberto Cuello, la expareja de su madre. Mediante un engaño, Cuello logró que subiera a su auto. Condujo varios kilómetros fuera de Lincoln y, en un descampado cerca de la Ruta Provincial Nº 50, llevó a cabo su plan criminal, lo mató a golpes con una pala.
Durante dos días enteros, cientos de vecinos, policías, helicópteros y perros adiestrados lo buscaron. La esperanza se rompió cuando encontraron el cuerpo del niño, golpeado brutalmente, con múltiples heridas en la cabeza, espalda, piernas y brazos. Tomás intentó defenderse, pero no pudo. Murió por un paro cardíaco tras los golpes.
“El hecho es de una brutalidad enorme. Tomás se dio cuenta de que lo estaban matando”, sentenció el juez José Raúl Lucchini. En diciembre de 2012, Cuello fue condenado a prisión perpetua por homicidio agravado por alevosía, en un fallo que también reconoció el contexto de violencia de género. Lo mató, declaró el juez, “por odio a su madre”.
Susana y Cuello se habían separado apenas tres meses antes. Para él, Tomás era “una cosa, un objeto”, que cargaba con la culpa de la ruptura.
Diez años después, Susana Santillán sigue cantándole el feliz cumpleaños a su hijo y haciéndole una torta cada 20 de agosto. “Uno cierra los ojos y los vuelve a abrir, esperando que lo que pasó no sea real”, confiesa. Pero cada despertar la enfrenta con lo irreversible. “Perder a un hijo te destruye. Aprendés a convivir con la ausencia”, dice, con la voz quebrada.
Hoy Susana tiene 38 años. Logró reconstruir parte de su vida, formó una nueva pareja y fue madre nuevamente. Su hijo Juan Martín, que tenía apenas ocho meses cuando su padre asesinó a Tomás, cumplió ya 10 años. Fue él, cuenta Susana, quien le dio una razón para seguir en pie. “Me salvó Juan Martín”, admite.
Criar a “Juanma” fue otro camino doloroso. Se lo fue preparando poco a poco para entender la verdad, y fue él quien un día, solo, le dijo: “Ya sé quién mató a mi hermano”. El conflicto más fuerte llegó cuando aprendió a leer y descubrió que llevaba el apellido de su padre. “No quería saber nada, quería cambiarlo. Y lo logró. La lucha no fue fácil, pero lo logró”.
En cada rincón de la casa hay fotos de Tomás. En ellas, siempre sonríe. “Tomás era un niño maravilloso, muy tímido y prolijo. Me dio el título de mamá, y eso se lo voy a agradecer toda la vida”, escribió Susana el año pasado, al recordarlo en su cumpleaños.
Y aunque el tiempo ha pasado, aunque haya aprendido a volver a confiar, Susana sabe que esa cicatriz será eterna. “Me quedo con todo lo vivido. Fue poco tiempo, pero fue maravilloso”, dice. Tomás no está físicamente, pero sigue presente. En su pasado, en su presente, y, sin dudas, en su futuro.
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