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Se “cansó” de su amigo, lo mató y ocultó el cuerpo en su tienda: la historia detrás de un brutal asesinato

Juan Ignacio Novoa mató a Walter Farías, convivió casi una semana con el cadáver en el local de su familia y lo descuartizó para deshacerse de él. Fue condenado a 15 años, pero apareció ahorcado en su celda 18 días después.

27/11/2025 10:46

Imagen captura RR.SS.
Argentina

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El consumo problemático de drogas y una convivencia atravesada por conflictos marcaron el trasfondo del asesinato de Walter Farías, uno de los casos más estremecedores de Mar del Plata. Su amigo Juan Ignacio Novoa, entonces de 31 años, lo mató de varios disparos en el negocio familiar de venta de alfombras. Luego ocultó el cuerpo durante casi una semana, mientras seguía atendiendo al público.

Un testigo contó en el juicio que Novoa decía que había matado al “Dibu” porque “lo tenía cansado”. Pero lo más perturbador vino después: buscó en Google cómo deshacerse del cadáver, compró una motosierra y lo descuartizó para trasladarlo al bosque Peralta Ramos, donde un cartonero encontró parte de los restos el 21 de enero de 2012, día en que Farías hubiera cumplido 27 años.

Una relación atravesada por las drogas

Farías era vendedor de cocaína y con el tiempo se convirtió en amigo de Novoa, hijo de comerciantes y consumidor problemático.

“Su vínculo giraba en torno a las drogas”, explicó el fiscal Juan Pablo Lódola a TN. Novoa sentía que Farías se aprovechaba de su adicción.

La madrugada del 13 de enero, durante una discusión en el local familiar ubicado en Alvarado y Santiago del Estero, Novoa le disparó cuatro veces: tres en la cara y uno en el abdomen. Desde ese momento no se supo más del joven, y su entorno denunció la desaparición.

Atendía clientes con el cuerpo escondido

Novoa escondió el cadáver en el baño del local y continuó atendiendo durante casi una semana. Para evitar sospechas, rociaba perfume en el ambiente.

“Mientras tanto, abría el negocio como si nada. Era parte de su patología”, indicó Lódola.

En la computadora del local quedaron registradas las búsquedas: “cómo hacer desaparecer un cuerpo” y “qué hacer con olor a carne en descomposición”.

Compró una motosierra en una ferretería cercana, adquirió ácidos y productos de limpieza, y finalmente repartió los restos en bolsas y latas de pintura. Contrató un fletero —que luego sería clave en el juicio— para trasladarlos al bosque, donde fueron descartados.

Una escena “dantesca”

El hallazgo del cráneo parcialmente quemado y cuatro dedos de la mano de Farías reveló la magnitud del crimen. Un vecino incluso había prendido fuego los restos creyendo que se trataba de un animal muerto.

Cuando la Policía allanó el negocio, halló un cuarto recién pintado. Al aplicar Luminol, las paredes revelaron lo que el fiscal describió como “un festival de sangre”.

El juicio, la condena y el final inesperado

Con testimonios clave —el amigo al que Novoa confesó el crimen, los comerciantes que le vendieron la motosierra y los productos químicos, y el fletero que transportó los restos— el caso quedó resuelto.

En noviembre de 2014, el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 1 condenó a Novoa a 15 años de prisión por homicidio agravado. Su amigo Adrián Galluzo, que sabía de la maniobra con el flete, recibió dos años por encubrimiento.

Novoa, quien reconoció el hecho en sus últimas palabras antes del veredicto, habló una vez con la prensa desde la cárcel:

“Lo que hice fue morboso, fue una mierda. Me perturba haber sido yo quien hizo eso”.

Dieciocho días después de ser condenado, el homicida fue encontrado ahorcado en su celda, evitando cumplir la sentencia.

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