El chalet donde fue encontrado el cuerpo pertenecía a la familia de Graf, que vivía allí desde antes de la desaparición y nunca se mudó.
08/08/2025 9:23
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Cristian “Jirafa” Graf, de 56 años, es hoy el principal sospechoso de la Justicia en el brutal crimen de Diego “Gaita” Fernández Lima, el adolescente desaparecido en 1984, cuyo cadáver fue hallado hace pocas semanas enterrado en el patio de una casa en la que habitó Gustavo Cerati, en el barrio porteño de Coghlan (Argentina).
Graf y Fernández Lima compartieron desde la infancia las aulas del preescolar y la Escuela Nacional de Educación Técnica (ENET) N° 36. Su amistad era tan estrecha que todos los conocían por sus apodos. Sin embargo, 41 años después, ese vínculo de confianza quedó bajo la sombra de un caso macabro, para los investigadores, Graf habría estado implicado en una “muerte violenta e intento de descuartizamiento” del joven, cuyos restos permanecieron en silencio absoluto bajo tierra durante más de cuatro décadas.
El chalet donde fue encontrado el cuerpo pertenecía a la familia de Graf, que vivía allí desde antes de la desaparición y nunca se mudó. Pese a que en su momento fueron señalados, la falta de pruebas concretas impidió que fueran citados como testigos o imputados. Esto cambió cuando un testigo clave reveló el vínculo directo entre la víctima y el sospechoso, reabriendo líneas de investigación que podrían derivar en declaraciones judiciales en las próximas semanas.
La autopsia, a cargo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), determinó que el cadáver presentaba lesiones punzantes en la cuarta costilla derecha y en algunas articulaciones, compatibles con un objeto corto punzante. “Hay marcas en el cuerpo que corresponden a una muerte violenta y a un intento de descuartizamiento, aunque también podrían responder a maniobras para inhumar el cuerpo”, explicó Mariella Fumagalli, directora del EAAF.
El hallazgo, más allá de su crudeza, enfrenta una barrera judicial, la acción penal por homicidio está prescripta por el tiempo transcurrido. Esto significa que, aunque se identifique al autor, no podrá recibir condena. Sin embargo, la investigación continúa para develar cómo y por qué el cadáver terminó enterrado en el jardín de esa vivienda en plena Ciudad de Buenos Aires.
“Durante 41 años, esos restos estuvieron ahí, en silencio total. La familia de Diego quiere saber qué ocurrió en sus últimos momentos de vida, y la Fiscalía está decidida a agotar todas las pistas, desde viejos compañeros de colegio hasta el club donde jugaba al fútbol”, remarcó Fumagalli.
Un crimen que, aunque prescripto, sigue hablando desde debajo de la tierra, y cuyo principal sospechoso es, irónicamente, quien alguna vez fue llamado su mejor amigo.
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