Jess Rowe y Miriam Payne completaron un viaje inédito: más de 6.900 millas náuticas desde Perú hasta Australia, remando sin asistencia. Averías, aislamiento extremo y cansancio llevaron la expedición al límite, convirtiéndola en un capítulo histórico del deporte oceánico.
26/11/2025 11:58
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Durante 165 días, Jess Rowe y Miriam Payne cruzaron el océano Pacífico en un bote de remo sin recibir asistencia externa, desde la costa de Perú hasta Australia. La travesía, de 6.907 millas náuticas, se convirtió en la primera expedición femenina en lograr semejante hazaña.
A bordo de una embarcación de nueve metros, ambas enfrentaron averías técnicas, escasez de agua, agotamiento extremo y un aislamiento casi total. La dupla desafió los límites físicos y mentales, demostrando creatividad, disciplina y fortaleza en alta mar. Más allá del récord, la expedición tuvo impacto social gracias a la recaudación destinada al apoyo educativo juvenil, según reportó The New York Times.
Un viaje inédito hacia lo “imposible”
La travesía de Rowe y Payne fue pionera tanto por la distancia como por su formato sin asistencia: menos personas han cruzado el Pacífico a remo que las que han caminado en el espacio, de acuerdo con el mismo medio. Sin paradas ni respaldo externo, las británicas alternaron turnos de dos horas de remo por dos de descanso, completando jornadas de hasta quince horas diarias.
La aventura comenzó el 5 de mayo de 2023 en el puerto del Callao y concluyó el 19 de octubre en Cairns. Con experiencia previa en el Atlántico, ambas planificaron y financiaron la expedición por cuenta propia. La recaudación superó las GBP 100.000 (aprox. USD 125.000), destinadas a The Outward Bound Trust, organización que impulsa la educación al aire libre para jóvenes.
La primera gran dificultad llegó apenas una semana después de zarpar, cuando el timón falló a unas 350 millas náuticas de la costa peruana. Intentaron repararlo, pero el repuesto también se averió por un defecto de fábrica. Ante la amenaza del abandono, Alec Hughes —amigo de la dupla y navegante solitario— desvió su ruta y remolcó el bote durante siete días hasta el punto de partida.
“Si Alec no hubiera navegado una semana fuera de su camino y remolcado nuestro bote durante siete u ocho días hasta donde empezamos, habríamos tenido que abandonar la embarcación”, contó Rowe, citada por The New York Times.
A este obstáculo se sumó la falla del sistema de filtrado de agua potable, que resolvieron utilizando ropa interior como filtro improvisado. La pérdida de energía eléctrica dejó al bote sin luces de navegación ni radio, aumentando la vulnerabilidad en plena travesía.
El calendario era otro enemigo: debían avanzar antes de que iniciara la temporada de ciclones. La falta de sueño y el desgaste físico eran constantes.
Un esfuerzo total: mente, cuerpo y mar
El mantenimiento del bote resultó tan exigente como remar. Cada una necesitaba hasta 5.000 calorías diarias, pero apenas alcanzaron a consumir 3.500 en la mayoría de las jornadas. Su alimentación se basó en comidas deshidratas y snacks de alto contenido energético, provisiones que Rowe agotó por completo un mes antes del arribo a Australia.
Para proteger el casco de desgaste, debían sumergirse en aguas de hasta cinco kilómetros de profundidad, rodeadas de fauna tan sorprendente como inquietante.
La preparación para este viaje fue igual de intensa. Durante dos años, ambas trabajaron a tiempo completo mientras entrenaban seis días a la semana en gimnasio, máquinas de remo y mar abierto, adaptando además la embarcación para una ruta oceánica.
“La gente piensa que hay que ser remera oceánica para hacer una travesía así, pero en realidad se aprende en el camino”, relató Rowe. Payne, en tanto, enfatizó el peso del factor psicológico: “No tuvimos lesiones importantes, solo molestias menores. El verdadero reto es mental”.
La soledad del océano
El aislamiento marcó profundamente la experiencia. Pasaron meses con mínimo contacto exterior, mientras sus familias seguían la travesía a distancia. Cuando se acercaron a rutas de navegación en Australia, sin radares ni radio, debieron advertir su presencia a barcos cercanos, siempre con la incertidumbre de fondo.
Solo cuando el bote entró en Cairns, el 19 de octubre, la ansiedad de sus familias se transformó en alivio. Su llegada no solo cerró una proeza oceánica, sino que abrió un nuevo capítulo para la historia del remo.
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